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Callejones con salida

Por: Ángela Morales

Son quince las palmas que rodean la rotonda. Gracias a ellas, el recorrido empieza con un toque de frescura. Las latas con mensajes positivos ubicadas en las esquinas de la calle son lo primero que se observa. Resaltan sus tamaños y colores, que acaparan la mirada. La gente va caminando por allí, sin afán; con la certeza de que se pueden seguir perdiendo por sus calles y seguirán encontrando sorpresas.

Son cuatro mujeres, todas de diferentes edades. La que está a la izquierda se cubre con un velo amarillo claro y su sonrisa deja ver los dientes blancos. La del medio, lleva su cara cubierta de arrugas con un velo blanco amarrado sobre el cuello; su vestido, de un azul intenso, resalta el color moreno de su piel. De sus manos asoma una fotografía en blanco y negro de un hombre. La chica que va a su lado derecho tiene el cabello envuelto con una manta de figuras geométricas amarillas, naranjas y azules, como los que usan las mujeres africanas; sus labios y nariz recuerdan los rasgos característicos de las personas que vienen de este continente. Al frente, una pequeña niña con vestido rosado encabeza el grupo, mientras las cuatro siguen con la mirada puesta en el horizonte.

Esa es la imagen que se observa al girar a la derecha por Carrer de l’Aurora, en la Rambla del Raval. Es un tesoro escondido que da la bienvenida al Ágora Juan Andrés Benítez, pintado como grafiti en una de las paredes que rodea este espacio. El ágora, antes de ser recuperada por los habitantes del barrio para realizar actividades sociales y culturales, era simplemente un solar abandonado.

Su nombre es un homenaje a un vecino que murió hace algunos años y con el paso del tiempo, este sitio se ha convertido en un lugar donde se puede disfrutar del arte, con monumentales pinturas y grafittis por fuera y por dentro del muro, con imágenes de lo que vive la gente en el Raval día a día y mensajes de importancia social. Los juguetes sucios, organizados en uno de sus laterales, las sillas acomodadas a diestra y siniestra y las diferentes plantas que llenan el cuadrilátero, invitan a quedarse un rato más, ya sea a leer, pensar o hablar con el primer extraño que se encuentre por ahí.

Los tres hombres que están sentados en una de las mesas ubicadas en medio del sitio disfrutan de una larga conversación y son ajenos a los ruidos de las herramientas que se escuchan en el edificio aledaño. Para ellos, no hay mejor momento del día que este, cuando pueden dedicarse simplemente a disfrutar de la calma que les brinda un pequeño oasis en medio del desorden de una ciudad alborotada.

No muy lejos de allí, se encuentra el Mercado de la Boquería, un lugar donde se puede hacer de todo, menos descansar. Este mercado, ubicado en la Rambla de Cataluña, es un sitio popular en Barcelona que atrae a cientos de turistas diariamente, por ser uno de los más grandes y antiguos de Cataluña. A pesar de ser tan concurrido y de parecer un lugar explorado en todas sus esquinas, aún quedan escondidos algunos secretos.

Los colores se presentan en diferentes tonos, las texturas parecen jugar entre ellas y los olores transportan a los países de donde vienen los diferentes productos, aunque algunos sean tan lejanos. Quién llega hasta ese puesto de frutas solo logra escuchar la voz de los vendedores invitando a probar el mangostino, el mango fresco, el lychee, el rambután o las fresas rojas que se ven tan provocativas. A su lado, un puesto de comida de mar ofrece pinchos de cangrejo, naranjas y crujientes; conos con pulpo y calamar e incluso las exóticas ostras con limón.

Vale la pena entrar al mercado y caminar sin prisa. Todos los sentidos son puestos a prueba y, junto a ellos, la disposición de quien entra para sortear todos los obstáculos en el camino, que tienen forma de cientos de turistas o de puestos de comida, que hacen pecar hasta al más santo. En Barcelona no importa la calle por donde camines ni por la que decidas perderte. Podrás ver tiendas curiosas en cada una, con elementos llamativos por sus tonalidades o la creatividad con la que están hechos.

Así, cerca del Passeig del Born, existe un pequeño zoológico miniatura. Un cactús grande con parches azules, verdes y naranjas invita a quien va paseando por Carrer dels Flassanders a meterse por su callejón para ver de que se trata. El almacén Marabi se encarga de recrear diferentes animales con estructuras en hierro cubiertas de tela, creando así una variedad distinta de especies que convive en el mismo espacio pequeño pero acogedor. Hasta provoca llevarse un hipopótamo rojo o un rinoceronte amarillo con parches grises para que se conviertan en los nuevos acompañantes de la habitación.

Barcelona está llena de callejones donde no hay vuelta atrás. Una vez entras, tu corazón queda allí, un poco enamorado de todos esos secretos que has encontrado. Un día en las ramblas de la ciudad es así, loco y confuso, pero encantador y sorpresivo. Los detalles están en todas partes, solo tienes que estar atento para encontrarlos, quizá loes encuentres donde menos lo esperes.

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