Si tu viaje se congela: reacciona
Por: Diana Sanjinés
A veces el silencio se vuelve ensordecedor. Entre paredes de hielo cualquier susurro se convierte en una alerta de peligro y cualquier aumento de temperatura es la causa de un desprendimiento fatal.
Ante la sospecha de no poder sobrevivir, la tolerancia se resquebraja entre buenos compañeros y la agonía es evidente cuando se asume la difícil posición de tomar decisiones. Es allí, en medio de la improvisación y las desventajas que ocasiona la naturaleza, cuando el viaje cobra valor.
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Caroline Alexander, periodista y escritora estadounidense, se planteó el reto de narrar la travesía que el explorador polar Ernest Shackleton y su tripulación vivieron en la Antártida entre 1914 y 1916. Un relato que pudo haberse estancado en lo cotidiano del trayecto a bordo de un barco llamado Endurance, pero que ganó relevancia al tratarse de las hazañas que un grupo de hombres se vio obligado a llevar a cabo luego del naufragio de su buque.
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Alexander tuvo que lidiar con el olvido y rescatar de las bitácoras de los protagonistas los recuerdos que construirían toda la historia. Con ayuda de las fotografías que realizó Frank Hurley, reportero gráfico australiano, durante la expedición, logró no solo dar a conocer uno de los viajes más famosos y agonizantes del mundo, sino presentarle al lector los miembros de la aventura e incluir en su imaginación momentos reales.
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Su decisión de combinar texto con fotografías auténticas jamás reveladas fue totalmente acertada. El uso de un mapa con el recorrido delimitado al principio del libro fue una herramienta inteligente para ubicar al lector. Segmentar los capítulos de acuerdo a las etapas o giros decisivos del trayecto, como El viaje del James Caird –en el cual se narran las pericias que Shackleton y algunos de sus hombres logran para llegar a la isla San Pedro- permitió que los hechos se presentaran ordenados cronológicamente y por relevancia. De esta forma, aquel silencio ensordecedor de un paisaje completamente blanco y helado pudo ser comprendido con exactitud sin necesidad de trasladarse hasta la Antártida.
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Sin embargo, a pesar de que Alexander hizo el esfuerzo de documentarse y utilizar un lenguaje que la sitúa como una protagonista más del relato, la distribución de las fotografías con respecto al texto daba pistas o indicaba lo que estaba por suceder, es decir, se presentaban momentos cruciales antes de ser narrados y esto no siempre funcionó como un aspecto positivo. Asimismo, por tratarse de una tripulación de 28 hombres contando a Shackleton, hubiese sido más ilustrativo presentar una infografía o esquema con todos los nombres y cargos de los mismos.
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Veinte meses rodeados únicamente de hielo representa tiempo de sobra para catalogarse como una de las expediciones referenciales en el ámbito de los viajes. Shackleton, como pionero de la aventura, asumió el liderazgo en todo momento y demostró que ante las adversidades imprevistas la capacidad de reacción juega un papel fundamental. Sin importar las veces que estuvo tentado a desistir, la vida y, sobre todo, el ánimo de sus compañeros fueron razones suficientes para mantener la calma o para arriesgarse a cambiar los planes y resolver los inconvenientes presentes. Su misión siempre se basó en mantener la armonía y, más que imponerse como un jefe, intentó mostrarse como un apoyo, especialmente cuando los problemas se desbordaron. El capitán del buque, Frank Worsley, lo explicó en su bitácora: “Los viajeros experimentados nunca se apegan tanto a la etiqueta y a los buenos modales como cuando están en un aprieto”.
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Viajar siempre se desapegará de un itinerario rígido. Sin importar su magnitud, los cambios serán parte del mismo. Factores externos, como los fenómenos naturales, se adueñarán del liderazgo. Lo importante será encontrar el equilibrio para manejar situaciones inesperadas y entender que, si se viaja en equipo, el trabajo en conjunto facilitará la transición. Fue así como la tolerancia, la delimitación de los roles y la actitud positiva formaron parte de las consideraciones que salvaron a Shackleton y su tripulación de ser prisioneros del polo sur.
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Es necesario destacar que la organización previa a una excursión, por muy corta o larga que sea, determinará el grado de éxito de la misma. Tomando en consideración los ajustes y cambios que seguramente ocurrirán en el trayecto, no se trata solo de delimitar una ruta, sino de jerarquizar prioridades, adjudicar labores indispensables y delimitar roles. Siempre recordando documentar cada detalle para que la experiencia prevalezca con el tiempo y pueda ser transmitida o compartida con más personas.
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Una vez emprendido el viaje se seguirá lo establecido adaptándolo de acuerdo a los acontecimientos que se produzcan: como sucedió en la legendaria expedición de la Antártida al sacrificar a los perros que arrastraban los trineos cuando ya no tenían otra utilidad sino servir de alimento, al establecer los turnos nocturnos para vigilar los campamentos improvisados luego del hundimiento del Endurance, al crear el Ritz o sala común para soportar las bajas temperaturas o el empeño de Lees y Green para mantener sus funciones de cocineros sin importar las condiciones o los pocos materiales e ingredientes que tuvieran.
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Asimismo, al momento de relatar una historia, propia o ajena, la documentación en profundidad es totalmente necesaria si se desea involucrar al lector con los hechos y el lugar. Acudir no solo a los protagonistas, que vienen siendo los más importantes, sino también a expertos en el tema o instituciones especializadas en el área a tratar. No caer en prejuicios ni enmarcar estereotipos y generalidades: mostrar la realidad sin juzgar.
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Atrapados en el hielo, más allá de ser una historia fascinante repleta de aventura, concluye cómo un viaje influyó en la vida y el futuro de sus protagonistas. Caroline Alexander recopila en el capítulo titulado “A mis compañeros” lo que sucedió luego de que fueron rescatados y recibidos como héroes. Un cierre que demuestra que la gran historia no es siempre la que se busca, sino la que se encuentra en el camino.