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Nevado Santa Isabel: en la cima

Texto y fotografías por: Ángela Morales

12 m. No siento las piernas y he llorado como nunca lo había hecho. En lo único que pienso en este instante es en el 'Inhala, exhala' que nos dieron como recomendación antes de iniciar.

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Desde que llegó la invitación, sabía que sería un gran reto. Tendría que dormir en el pueblo para poder llegar a tiempo al parque del municipio y no hacer más larga la espera. Descansar esa noche, con los nervios de punta, fue un poco complicado. Me encontraba en Santa Rosa de Cabal, municipio ubicado a tan solo treinta minutos de Pereira, capital de Risaralda, en el centro de Colombia. La tranquilidad y paz que se respiran en este lugar no se respiran en ningún otro pueblo del departamento.

Don Guillermo llegó a recogernos en su jeep modelo ‘75, de un color amarillo brillante, a las cuatro de la mañana al parque principal de Santa Rosa. Cuando empecé a escuchar la altura que íbamos a alcanzar al llegar al borde del glaciar del Nevado de Santa Isabel, me asusté. Uno pocas veces piensa en subir hasta los 4700 msnm y más cuando el cuerpo solo soporta un cambio de quinientos metros por día.

Para un solo día había empacado dos maletas que no sabía cómo iba a acomodar. Saco, botas, jean, doble media, gorro, guantes y bolsas para la ropa mojada fueron los primeros objetos que empaqué. Subir a un Nevado era algo nuevo para mí y tenía que estar bien preparada. El nevado de Santa Isabel es una de las montañas de la cordillera Central de Colombia. Su cima se eleva a 4.965 msnm y marca la frontera de tres departamentos: Caldas, Risaralda y Tolima. Aunque escalarlo es de relativa facilidad y requiere de poca experiencia técnica, fue una de las experiencias más duras que viví trabajando para la revista Destino Café.

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Para subir hasta borde de glaciar por la ruta que estábamos a punto de iniciar, era necesario llegar hasta la hacienda Potosí, en Santa Rosa, y más adelante, continuar por el sendero conocido como conejeras, el cual da nombre a la ruta. Fue un largo camino recorrido en jeep hasta llegar a la finca Hortensias, donde el desayuno fue una recarga de energía. Huevo revuelto, pan y aguapanela caliente para ir alcanzando un clima corporal que nos permitiera acostumbrarnos al clima que estaríamos expuestos en el Nevado. Desde este lugar se empieza a sentir la paz y esa conexión con la naturaleza que pocas veces sentiremos en la ciudad.

Otra hora más y empezaríamos nuestra caminata. A las diez en punto llegamos a la entrada del sendero Conejeras. Desde allí empezamos a caminar. Mirando hacia arriba solo veía más y más camino y, aunque tenía que parar cada veinte pasos, solo tenía en mi mente llegar al borde del glaciar para cumplir mi objetivo.

Con la invitación a hacer parte de una salida académica, a las cuatro y media de la mañana estábamos llegando por los estudiantes con quienes compartiríamos esta experiencia y a las cinco ya íbamos todos, en tres jeeps, camino hacia esta nueva aventura. La luz del día llegó en el mejor momento pues nos encontrábamos rodeados de tantos tonos de verde que fue difícil asimilarlos todos en un solo momento y los rayos de luz que llegaban desde el horizonte iluminaban todo a nuestro alrededor.

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12:30 m. Han sido dos largas horas. Ya lloré. Ya pensé que me rendiría. Ya sentí ganas de devolverme.

              ̶ He dejado gente al inicio del sendero. Usted subió hasta acá y yo la llevo hasta el glaciar   ̶ escucho que me dice el guía que no me ha desamparado en todo el camino.

He visto colores y vegetación que me han sorprendido y luego de pensarlo bien, no voy a dejar que el cansancio me venza. Media hora después alcanzo a los demás en el borde del glaciar, aunque ya en diez minutos debamos iniciar el descenso. Es mágico. Es una combinación de sentimientos que he sentido pocas veces en la vida y que recordaré por siempre.

Descender es caminar de nuevo por los pasos de hace algunas horas y recordar que casi no logro llegar. Descender es ver de manera diferente la misma vegetación que me rodeaba hace algunos minutos. Descender es sentir la lluvia sobre mis hombros sin importar ya el frío que pueda sentir. Descender es saber que en la inmensidad del Paisaje Cultural Cafetero se disfrutan escapadas únicas y que, en solo cuatro horas, aunque parezcan eternas, se puede pasar de estar en la comodidad de la finca saboreando el desayuno a estar en la cima del mundo.

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