costabravamente
Texto y fotografías: Rebeca Blázquez
Ya van veinticinco años disfrutándote. Veinticinco años viviéndote y encontrándote.
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En ti encontré senderos a calas desiertas en las que podía evadirme de todo, las que frecuentaba en mis días grises. En las que el viento me agitaba tan fuerte que pareciera que todos los problemas se fueran con él a un lugar lejano y desconocido, fuera de mi mente y cuerpo.
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En ti encontré escenas de esas que solo se ven en las películas. Cenas de ensueño en faros olvidados. Infinitas terrazas de viñedos teñidos de color dorado y, a sus pies, un mar blanco de pequeñas casas. Atardeceres que bañaban el cielo de color naranja, de esos que se disfrutan en compañía de tus seres queridos, entre miles de carcajadas y conversaciones profundas.
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En ti encontré aguas cristalinas que me permitieron descubrir la vida submarina. Acantilados que me dejaron sin aliento, una y otra vez. Barcas esperando pacientes en la playa de los pueblos pesqueros mientras las olas golpeaban fuerte nuestra costa.
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De ti, odié la tramontana por arañarme la piel y batir mi cabeza. Pero adoré el cielo limpio, azul, brillante y la calma que nos brindaba después. En ti encontré al artista más loco y surrealista que pudo haber, y que tantas obras de arte nos dejó.
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En ti encontré ruinas grecorromanas y cuevas prehistóricas. Monasterios románicos en lo alto de una montaña y pueblos medievales dónde alfareros trabajan con esfuerzo para regalarnos la constancia y dedicación de un oficio tan minucioso a la vez que olvidado.
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Tú me has enseñado a valorar los pequeños detalles, a saborear cada momento. Y aún así, después de veinticinco años, te quedan mil cosas por enseñarme.