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Todasana:

pueblo inadvertido que seduce

Texto y fotografías por: Diana Sanjinés

Alrededor todo denotaba olvido. Cada kilómetro avanzado ampliaba el vacío. Las curvas de la carretera suplicaban compañía entre aquella montaña imponente y ese mar infinito. Un sol mañanero acariciaba la hierba que invadía el asfalto. La desatención gubernamental se reflejaba en los cúmulos de basura que se exhibían como piezas de arte en un mirador. La brisa cálida del trayecto ahogaba el llanto. ¿Cómo un entorno tan plácido puede permitir una primera impresión tan deprimente?

La vía hacia Todasana, un pueblo del estado Vargas en Venezuela, carece de mantenimiento y cuidados, pero maravilla la mirada de quienes la transitan con pura naturaleza exuberante. Verdes intensos que sobre salen de la montaña que la rodea y un azul profundo que se asoma del lado opuesto. El desgaste del primer plano se difumina con el entorno que lo acorrala. Es un espejo del país que habita. Tan rico y tan pobre a la vez. Tan fuerte y tan débil sin querer.

Luego de dos horas de trayecto, desde Caracas, un vendedor de verduras y frutas que se adueña de una esquina da la bienvenida al pueblo. Al frente, la virgen de Santa Rosalía de Palermo bendice a sus visitantes. Los niños descalzos corren con libertad. El aire es puro y se respira un ambiente de paz. No hay bancos ni cajeros automáticos. A duras penas se mantiene un ambulatorio con medicamentos básicos para una gripe o una fiebre. Un local de trajes de baño desteñidos por el sol luce abandonado. Lo único que parece funcionar a la perfección es la licorería y el abasto con chucherías. La sensación: una casa de tres hermanas que vende helados caseros de sabores muy originales como aguacate, calabaza o uva de playa.

“La gente vive feliz aquí” – se les escucha a los turistas que pasean por allí. El estrés no parece haber llegado a aquel pueblo en el que las mujeres no se preocupan por maquillarse, los hombres se dedican a pescar o jugar dominó en su tiempo libre, los niños solo sueñan con ser peloteros de las grandes ligas y los ancianos invitan a cualquiera a conversar en sus casas.

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Su orilla es un escape. Pisar Playa Larga desconecta la mente de cualquier problema. Paradójicamente, sus olas rebeldes calman el cuerpo. Al mismo tiempo, denota algarabía con sus jóvenes surfistas montados sobre tablas, con el reggae como eco y con las cervezas que refrescan. Todasana, inadvertida, seduce sin querer.

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